Por sus calles pasaron las culturas griega, romana, bizantina, fenicia, otomana y persa
El Reino Hachemita de Jordania es una nación clavada en la cuna de la humanidad, al mismo tiempo que entre una
zona de conflicto por décadas. Pudiera parecer de primera impresión que se trata de un país violento o peligroso, sin embargo con sorpresa encontramos todo lo contrario, una nación donde sus ciudades y pueblos viven en paz, donde los jordanos capitalizan su potencial turístico desarrollando infraestructura –turística y humana—y, donde la historia de la humanidad converge con los pasos del siglo XXI.
Amman, la capital de Jordania ha tenido varios nombres desde hace miles de años, es una de las ciudades más antiguas del medio oriente —sin compararse con Damasco, Siria, claro—y fue llamada Philadelphia, Rabbath Ammon y finalmente Amman. Por sus calles pasaron las culturas griega, romana, bizantina, fenicia, otomana, persa, en fin, al ser un punto estratégico de conexión entre el sur de Europa, la entrada a Asia y el norte de África, las rutas de comercio y de guerra transitaron estos caminos desde hace milenios, dejando un legado cultural muy importante aquilatado en el pueblo árabe actual.
En Jordania el idioma oficial es el árabe, aunque en muchos sitios se habla inglés. La moneda es el “Dinard”, uno equivale al cambio de hoy, aproximadamente a 22 pesos mexicanos. La mayoría de la gente es musulmana, aclarando que la concepción natural del Islam nada tiene que ver con la postura de grupos radicales en países vecinos.
En Amman se encuentran los vestigios tanto de la llamada “Citadela” (la antigua ciudad), como de Gerasa al norte de la urbe, una de las ciudades grecorromanas mejor conservadas en la actualidad. Además de Amman, hay muchos sitios que visitar en Jordania donde la historia, la gastronomía y la cultura se mezclan con la hospitali-
dad y la aventura.
Tesoro jordano
Petra es el sitio más conocido de Jordania a nivel mundial, ciudad construida por los nabateos en las grandes barrancas de la región se muestra como una de las nuevas siete maravillas del mundo. A lo largo de casi 20 kilómetros de recorrido se dejan ver las monumentales edificaciones labradas en piedra, desde “El Tesoro”, (la edificación más famosa) hasta “El Monasterio” en lo alto de las montañas. No hay algo parecido en la historia de la civilización, jamás se ha visto un teatro –por ejemplo- donde las tribunas se hayan esculpido sobre una barranca y el escenario haya quedado de forma tan impresionante haciendo acústica natural y resaltando las formas naturales que lo rodean. Más allá del cliché por visitar Petra como ícono, resulta más interesante si se conoce un poco de la historia de los nabateos, para ello en la entrada del sitio histórico hay un centro de visitantes donde se narra detalladamente la historia de estos creativos seres humanos que legaron su obra arquitectónica para la posteridad.
Áqaba al sur de Jordania es otra ciudad que merece la pena visitar, el único puerto jordano con playas que baña el Mar Rojo tiene desde su malecón, la vista de Eliat en los territorios ocupados palestinos (Israel) y de Taba en Egipto. Dos continentes convergen en uno de los llamados “cuernos del Mar Rojo”. El escenario es muy parecido al Mar de Cortés y Baja California, desierto y mar se unen dando tonos azules que sólo en estos dos lugares se pueden apreciar, en las zonas más profundas de esta bahía, los tonos de azul también se asemejan al Mar Egeo que rodea Atenas y las islas griegas.
Increíble experiencia
Jordania es un país de aventura, dormir en el desierto en un campamento beduino —adaptado con todas las comodidades que el viajero necesita—es una experiencia única, tener de techo y paredes telares de pelo de cabra, tapetes y piel caprina; salir a la media noche a contemplar las estrellas desde la mitad del desierto y dar un paseo en camello por las dunas de arena nos separa de la cotidianeidad por un instante.
En la zona de Feynan hay un hotel ecológico en medio de las desérticas montañas, alumbrado a la luz de las velas, con comida de ingredientes locales y una terraza que da unas postales impresionantes de la bóveda celeste, a pasos de este lugar se pueden recorrer senderos y convivir con los beduinos, aquellos que hemos conocido a través de los libros y de la historia, árabes semi nómadas que cargan con sus tiendas, familias y cabras de un lado al otro en búsqueda de agua, alimento y mejor clima. Compartir el café con una familia beduina es algo de lo más simbólico en su cultura y es parte de la experiencia que se puede tener en estas latitudes del mundo. La tierra santa jordana es también un sitio muy visitado por gente de todas partes del orbe, el sitio del bautismo de Jesús en el Río Jordan y el Monte Nebo, desde donde Moisés viera la tierra prometida de acuerdo a las escrituras son santuarios de fe donde los creyentes llegan como peregrinaje de vida. Hay muchas pequeñas ciudades con una herencia cristiana y ortodoxa griega muy importante. En las calles de Jordania cohabitan musulmanes, cristianos, ortodoxos, judíos y uno que otro reportero agnóstico, como quien redacta estas líneas.
El Mar Muerto constituye también una región turística por excelencia, con grandes hoteles situados en la costa, dan la facilidad de sumergirse en las aguas de este lago –llamado mar—cuya salinidad rebasa el 30 por ciento y se encuentra en el sitio más bajo del mundo, a más de 400 metros debajo del nivel medio del mar.
La experiencia de sumergirse en estas aguas nos da la sensación de inexistencia de la gravedad, el cuerpo flota por sí mismo aunque hay que tener precaución de no meter la cabeza, la salinidad provoca un malestar fuerte en los ojos y, si se intenta probar esta agua pareciera escladar la lengua por su composición química.
Sitio seguro
En ningún momento hubo sensación alguna de inseguridad o peligro. Las fronteras con Siria e Iraq están cerradas parcialmente para evitar cualquier infiltración de gente subversiva en aquellos países.
Además de las maravillas que tiene Jordania en su territorio, su gente es lo más apreciado, árabes con los brazos abiertos a recibir visitantes de cualquier rincón del mundo, sin importar creencias políticas o religiosas, sin ver mal otras costumbres como el hecho que las mujeres vistan como mejor les parezca en sus calles y plazas.